Recuerdo bien el primer cantabrismo con que me topé durante mi etapa de residente en el Hospital «Marqués de Valdecilla» de Santander: ante una tabla optométrica infantil, un criuco venido de una pequeña población rural exclamó «¡chon!» cuando le señalé el dibujo de un cerdito.
Antonio Bartolomé Suárez (1907-1999), de familia humilde de mineros, trabajó de inspector lácteo recorriendo prácticamente todos los pueblos de Cantabria en contacto continuo con labradores y ganaderos, ferias y mercados. Ya octogenario, recopiló las notas que había ido reuniendo durante toda su vida en un libro extraño: Aforismos, giros y decires en el habla montañesa (Universidad de Cantabria, 1993; edición de Tomás Labrador), con abundantes ejemplos del habla popular de su tierra (en sus registros coloquial, vulgar y rústico), plagada —como sucede con todas las hablas populares— de metátesis, solecismos, metaplasmos y giros metafóricos.
Entre los muchos popularismos que encuentro en el libro, abundan los que cualquier español podría entender a la primera sin grandes dificultades: palabras como albortar (abortar), alcontrar (encontrar), biticariu (farmacéutico), drento (dentro), endentar (salir los primeros dientes), entetar (dar de mamar), entumíu (entumecido), enviejar o arruviejarse (envejecer), glárimas (lágrimas), gritíos (gritos), melecinas (medicinas), nacencia (nacimiento), saguañones (sabañones), temblíos (temblores), trempanu (temprano), tusir (toser) y vaciarse (tener diarrea, estar descompuesto); o locuciones como «muela cordal» (la del juicio), «estar tronau» o «estar jareta» (mal de la cabeza, majareta) y «llorar como una magalena».
Otros pueden entenderse también, pero ya con algo más de dificultad: «ca día va en buenura» (va mejorando de día en día), «usanu muertu» (quitar el hambre, matar el gusanillo), «dar las bocás» (morir), «entrar en calda» (entrar en calor), ingenie (higiene), liviesu (divieso) o vocablos como albeitre y físicu, que únicamente entenderá quien sepa de antemano que antiguamente al veterinario lo llamábamos en español ‘albéitar’, y al médico, ‘físico’.
Y abundan asimismo, claro está, los términos y expresiones populares que yo no hubiese sabido interpretar a la primera de haberlos oído en un consultorio rural. Hubiera entendido bien a una montañesa que me dijera «la chavaluca tiene piejus», pero no si me dice «la niñuca tiene miseria» o «la criuca tiene alicáncanos» (piojos); entiendo «va en malura», pero no «se va emperruscando» (empeorando); y lo mismo me pasa con otras expresiones crípticas para mí: «estar enclarau» (pálido, descolorido), «estar labrau» o «estar ajilorau» (muy delgado; lo contrario es «estar arrejunciau», rollizo), «le entró la paloma» (enfermó), «está picau del arca» (padece del pecho, tuberculosis), «tener ojos de miracielo» o «ver con oju requilau» (ser bizco), «soltar la cuchara» (morir), «ya está caminu del gori-gori» (enfermo de gravedad), «estar abacorau» (agotado, muy cansado), «se quedó alertiguáu» (inmóvil, tieso, agarrotado de frío o de dolor), «coger una talanquera» (borrachera), «tener gemencia» (roncus y otros ruidos respiratorios de los bronquíticos). La lista es larga: abutragarse (atiborrarse, darse un atracón), acierzar (nublarse la vista), ajilorar (adelgazar mucho, quedarse hecho un jilo, un hilo), andanciu (enfermedad prevalente o endémica), anjear (respirar con fatiga), añugarse (atragantarse; se forma un ñudu o nudo), cabarra (garrapata), cancarrias (mocos secos), churrar (orinar), cordovia (tábano), corita (en cueros, desnuda), cuéscaros (ventosidades), drujón (chichón), dea (pulgar; y deína, meñique), desgonce (luxación), embarnecer (engordar), escomilleru (comisque, niño que come poco y mal), espritar (llorar), espurrir (estirar, crecer, hacer ejercicio o morirse, según el contexto), frutarse (defecar), ivanciu (debilidad), jancanoso (con marcas de viruela), jurciu (débil, enfermizo), potragá (herida infectada, con pus), rispiar (defecar), regutir o rebotillar (eructar), zaratear (tartamudear).
Nos está haciendo mucha falta, no me cansaré de repetirlo, un buen diccionario de términos médicos populares; porque la riqueza léxica de nuestra lengua es en este campo realmente portentosa.
Fernando A. Navarro