Desde muy pequeño, lo tenía bien claro: si uno se da un golpe en la cabeza y hay contusión con un bulto, eso se llama chichón; pero si hay herida abierta, que sangra, entonces es una pitera. Tan acostumbrado estaba a estos términos populares, que me sorprendió mucho la primera vez que, ya médico y en el hospital, un colega me aseguró no haber oído nunca eso de pitera. Empecé entonces a preguntar a otros médicos de distintas zonas de España y cuál no sería mi sorpresa al comprobar que prácticamente solo entendían el término mis paisanos de Salamanca. Acudí entonces al Diccionario de la Real Academia Española y vi que sí lo trae recogido, con la definición de «herida abierta en el cuero cabelludo», pero con la marca de regionalismo extremeño y salmantino.
Más aún me sorprendió comprobar que la mayor parte de los médicos de fuera de Salamanca carecen de un término específico que abarque el espacio semántico de pitera. Cuando les pedía que me dijeran cómo llaman ellos a la herida abierta en la zona del cuero cabelludo, la mayoría se limitaban a devolverme perífrasis como «herida en la cabeza» o «brecha en la cabeza», y solo alguno que otro recurría a otra voz popular como descalabradura.
En casos así, tal vez no fuese mala idea que el médico aproveche la acuñación popular, a veces más precisa que nuestro lenguaje técnico. Y, desde luego, conviene al menos conocer el término, para cuando un paciente lo use en nuestra presencia. Acudo, de hecho, a un glosario de salmantinismos recopilado por Manuel Mateos de Vicente (Términos lígrimos salmantinos y otros solamente charros, 2004) y encuentro en él pitera, por supuesto, pero también muchos otros términos que un médico podría oír fácilmente en el consultorio: acancinado (flaco), aguadije (exudación serosa de una herida), andancio (epidemia), arrayada (calambre), comisque (que come poco), enconarse o malingrarse (infectarse [una herida]), escupiña (saliva), fullón (ventosidad silenciosa), garifo (friolero), gata (agujetas), guto (goloso o comilón), lamber (lamer, chupar), morillones (muslos), papo (estómago), pedojo (niño con fallo de medro), raspalijón (rasguño), recalcón (esguince), revilvo (bizco). Todos ellos forman parte del acervo léxico de la medicina —conviene no olvidarlo—, exactamente igual que bezoar, dispareunia, halitosis, megacariocito o transaminasa.
Fernando A. Navarro