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Channel: Jerga de los pacientes – Laboratorio del Lenguaje
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«Lenguaje médico centrado en el paciente»: cómo sonreír con la mascarilla puesta

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De izquierda a derecha: Manuel Álvarez Junco, director de los Cursos de Verano de la Complutense; Carmen Caffarel, vicepresidenta del Patronato de la Fundación Lilly; Carmen Nieto, vicerrectora de Centros y Departamentos de la Universidad Complutense de Madrid; y los codirectores de la Jornada, Bertha Gutiérrez Rodilla, Rafael Aleixandre y José Antonio Sacristán.

Dos centenares de profesionales de la medicina, la filología, la enfermería, la traducción científica y la universidad llenaron el lunes el gran salón del Eurofórum Infantes de San Lorenzo de El Escorial (Madrid) en la XIV Jornada Medes de la Fundación Lilly, que en esta ocasión abordaba el “Lenguaje médico centrado en el paciente”.

La Iniciativa Medes (Medicina en Español) ha conseguido con estas jornadas y otras actividades una peculiar simbiosis entre el mundo médico y el filológico, con una pronunciada vertiente humanista y comunicadora; es un caleidoscopio profesional con colores complementarios y geometrías diversas que permiten ver los problemas sanitarios desde ángulos insólitos.

En la inauguración, José Antonio Sacristán, director de la Fundación Lilly, enmarcó la jornada: “Muchas veces pensamos que la humanización del sistema sanitario consiste en decorar las salas. Sin embargo, la humanización es mucho más: requiere cambios profundos, conceptuales y culturales, que pasan sobre todo por escuchar y entender al paciente, comprenderle y en último término consolarle. En medicina, las palabras son una herramienta esencial”. Ese inmenso poder de la palabra, lo que dice el médico, es en ocasiones más curativo que el propio tratamiento. “La pena —comentó Bertha Gutiérrez Rodilla, catedrática de Historia de la Ciencia en la Universidad de Salamanca— es que muchos profesionales no son conscientes de ello y prefieren refugiarse en las pruebas que realizan, en la pantalla del ordenador o en cualquier otra cosa antes que en hablar cara a cara con tranquilidad, sencillez y claridad con el paciente y sus familiares”. Empatía, escucha y respeto fueron algunas de las palabras que más se oirían en las sesiones. “Es necesario saber escuchar, ser franco en la mirada, mostrar comprensión y utilizar un lenguaje verbal basado en la persuasión, adaptado al nivel cultural del paciente y evitando los tecnicismos innecesarios”, resumió Rafael Aleixandre, del Instituto de Historia de la Medicina y de la Ciencia López Piñero (Universidad de Valencia-CSIC) y codirector de las jornadas junto con Bertha Gutiérrez y José Antonio Sacristán.

Dos personas, dos lenguajes

El académico de Salamanca Fernando A. Navarro, autor del «Laboratorio del lenguaje» de Diario Médico y primer espada indiscutible de la traducción médica en español, cumplió con creces las expectativas generadas entre los asistentes con su conferencia sobre «Lenguaje médico, lenguaje de pacientes (también)». Divertido, elocuente y políglota. “En todo acto médico —dijo— intervienen al menos dos personas, y tan médico es el lenguaje que usa el facultativo como el que usa el paciente, aunque no se exprese en griego ni en inglés”. Sus ejemplos del habla popular, de localismos y coloquialismos —más expresivos a veces que los tecnicismos— cautivaron y sorprendieron: “Los médicos desdeñan con frecuencia estas designaciones populares por considerarlas vulgares e imprecisas; al fin y al cabo, patatús, jamacuco, telele o soponcio igual pueden referirse a un ictus hemorrágico, una crisis epiléptica o una simple lipotimia, que no son lo mismo. ¿Vulgares e imprecisas?: vulgares son, sí, pues los usa el vulgo (que somos todos), pero no siempre imprecisas. Un cultismo es más culto; un tecnicismo, más técnico; un helenismo, más griego, pero nada más. Los tecnicismos grecolatinos pueden ser más precisos que los términos coloquiales… o menos, según el caso”. Un ejemplo: “Los hormigueos en el meñique que describe una enferma en la anamnesis suelen pasar a la historia clínica como “la paciente refiere parestesias en el quinto dedo de la mano izquierda” o algo por el estilo. Y ese aire tan científico del helenismo nos obnubila; pensamos que hemos traducido el vulgar ‘hormigueo’ por un término mucho más exacto y preciso, cuando en realidad hemos perdido una información valiosa al utilizar un término mucho más culto, sí, pero también más vago; puesto que ‘parestesias’ puede servir también para la enferma que nota pinchazos en el meñique y para la que dice “siento el meñique como acorchado”. Cuando no es lo mismo, evidentemente, una cosa que otra”.

Abusos y confusiones

El poder del médico con su palabra, no pocas veces ininteligible y confusa, fue analizado por el neurólogo Ángel Sesar, del Clínico de Santiago de Compostela; la oncóloga María del Carmen Rubio, de HM Hospitales, y el cirujano Alejandro Utor, del Hospital gaditano Puerta del Mar. “Hay que pensar con cuidado lo que decimos y escribimos y cómo lo decimos y escribimos”, aconsejó Sesar. Los anglicismos, las abreviaturas, las siglas, las frases largas y sin verbos, las perífrasis y los tecnicismos son barreras comunicativas, repitieron con numerosos ejemplos estos y otros ponentes, en especial Rosa Estopà, profesora de Traducción y Ciencias del Lenguaje de la Universidad Pompeu Fabra, de Barcelona, que presentó un minucioso e ilustrativo estudio sobre el lenguaje de las historias clínicas. Encontraron densidad léxica, abuso de siglas, errores ortotipográficos y estilo neutro, sin metáforas explicativas. Tras el análisis, “corregimos, explicamos y enriquecimos esas historias, definiendo por ejemplo las entidades patológicas y descomprimiendo las siglas; los textos fueron algo más largos, pero más sencillos y comprensibles, como comprobamos después con los pacientes”.

Ante un paciente más autónomo e informado, y una medicina más consciente de sus incertidumbres, “el médico debe bajarse del pedestal, aceptar la interacción y adaptarse a las distintas capacidades de sus pacientes”, recomendó Alejandro Utor. “Hay que propiciar el entendimiento compartido, que el enfermo participe en las decisiones”. Para esa tarea, el Hospital Puerta del Mar ha editado una guía titulada, muy explícitamente, Entender y ser entendido. Y comprender, traducir y empatizar, insistió Vicent Montalt, profesor de Traducción y Comunicación de la Universidad Jaime I de Castellón.

El mejor instrumento

Recordando a Gregorio Marañón, Mª del Carmen Rubio afirmó que el mejor instrumento del médico es la silla, y enumeró las cualidades de esa medicina centrada en un paciente muchas veces indefenso y vulnerable: confianza, respeto, seguridad, complicidad y esperanza. La silla al lado de la cama implica escucha activa y comunicación que puede ser no verbal, gestual. “Es posible sonreír incluso con la mascarilla puesta”, añadió la oncóloga. “Basta con una mirada sincera, expresiva y comprensiva”. La experiencia directa —dos décadas de médico de familia en Barcelona— la transmitió con gran espontaneidad Nieves Barragán, coordinadora nacional del Grupo Comunicación y Salud de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria. “Escuchar se deriva del término latino auscultare”, recordó. Y para eso hace falta disponibilidad interior y concentración en cada persona. “¿En qué le puedo ayudar?” es la frase con la que recibe a sus pacientes. Y luego busca siempre la eficiencia: “Significa más aciertos diagnósticos, más seguridad, más conocimiento del contexto y la máxima cordialidad con el paciente, con menos recursos —de tiempo y dinero—, con errores y con cansancio”. Es la difícil aritmética con la que se enfrentan a diario en las consultas y hospitales.

José Ramón Zárate

Grabación completa de la Jornada en YouTube:
—Conferencia inaugural: «Lenguaje médico, lenguaje de pacientes (también)».
—Primera mesa redonda: «El lenguaje médico: el poder de la palabra».
—Segunda mesa redonda: «El enguaje médico desde la perspectiva del paciente».
—Tercera mesa redonda: «Estrategias para mejorar la comunicación».


Minucias del lenguaje (y II)

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Copio una entrada completa del libro Minucias del lenguaje, de José G. Moreno de Alba: «Eclipse y léxico regional».

El concepto ‘labio leporino’ se manifiesta en México en una rica variedad de nombres. En Yucatán, Campeche y parte de Tabasco se usa el vocablo ‘chete’ o ‘shete’, de evidente origen maya, que resulta exclusivo de esa zona, pues no se registra en otra. ‘Cucho’ es voz frecuente en el centro del país, y su etimología es incierta, aunque alguien ha insinuado que puede relacionarse con cóchotl (perico). ‘Tlanquecho’, designación propia de una zona del estado de Veracruz (Córdoba, Huatusco, Orizaba) es una adaptación semántica del náhuatl tlanquaxical (dientes cariados). En el mismo estado se oye el vocablo ‘boquinete’, de probable origen andaluz. En diversos puntos del país se usa la expresión ‘labio mocho’. En parte de Chiapas puede oírse ‘queco’ o ‘queque’.

Quiero sin embargo detenerme en algunos vocablos, para ese mismo concepto, que denotan la vieja creencia popular de la influencia maléfica del eclipse en las mujeres (o animales) embarazadas, o más particularmente en el feto. Lope Blanch y Beatriz Garza, entre otros lingüistas modernos, se han referido a este asunto. De una de las informantes de Garza (en el estado de Oaxaca) son las siguientes palabras: «Con el eclise nacen [los niños] algo tiernos de la mollera, o del bracito, que no lo traen, o salen comidos de la boca, tencuaches; por eso es que siempre ha de tener [la embarazada] un trapo rojo amarrado a la cintura, para que no les perjudique eso.» Los animales pueden también resultar dañados: «Si una vaca está cargada, entonces viene el eclise, y si no tapan ese animalito con trapo colorado, entonces sale muy mal el becerro, cuando la luna está eclisando». Entre otras referencias históricas, Lope Blanch cita a fray Bernardino de Sahagún: «También decían que si la mujer preñada miraba al Sol, o a la Luna cuando se eclipsaba, la criatura que tenía en el vientre nacería mellados los bezos, por esto las preñadas no osaban mirar el eclipse, y, para que esto no aconteciese, si mirase el eclipse poníase una navajuela de piedra negra en el seno, que tocase la carne».

Las palabras o expresiones para nombrar el concepto ‘leporino’, muy frecuentemente y en muy diversas regiones del país, manifiestan esta creencia: ‘comido de luna’ es expresión usual en zonas de Chiapas, Tabasco, San Luis, Oaxaca, Puebla; ‘tencua’ y ‘tencuache’ (del náhuatl tentli, ‘labio’, y cualo, ‘comido’) se escuchan en Veracruz, Puebla, Morelos y Guerrero; en muy variadas áreas geográficas de México se da el vocablo ‘eclisado’ y, quizá más frecuente, ‘clisado’, así como ‘eclís’ y ‘labio comido’.

Fernando A. Navarro

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