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Channel: Jerga de los pacientes – Laboratorio del Lenguaje
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Zancajos

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Lección, absolutamente real, para que aprendamos un poco más de nuestro rico lenguaje.

A un pueblo de la España profunda llegó para hacer una suplencia veraniega una jovencísima médico, con la carrera terminada hacía muy pocas semanas. El pueblo tenía doscientos habitantes y la asistencia media a la consulta del médico titular era de unas diez o veinte personas diarias. Pero el día que llegó la nueva doctora la sala de espera reunía una aglomeración de cincuenta personas (¡25% de la población!). La doctora tragó saliva, respiró hondo varias veces y, una vez acomodada en su silla, con un par de manuales médicos bien a su alcance para recurrir a su consulta ante la menor duda, ordenó que pasara el que iba a ser el primer paciente de su vida profesional.

Entró una mujer bajita, de complexión recia, con la piel de la cara y los brazos morena, seca y hasta callosa. Se sentó con las piernas un poco separadas y los codos apoyados en la mesa y se quedó mirando fijamente a la doctora.

—A ver, ¿qué le pasa? dijo ésta.

Pues nada, que me duelen los zancajos.

A la médico un aire se le iba y otro se le venía. Eso de los zancajos no venía en ningún libro, no lo había oído en su vida y no tenía la más remota idea de a qué localización anatómica se podía referir. Pero ¿cómo iba a reconocer su ignorancia en aquella su primera actuación de la que de seguro dependerían la aceptación y el prestigio ante los habitantes de aquel pueblo que estarían expectantes esperando que esa mujer saliera para interrogarla sobre los modos y los saberes de “la nueva”?

Y dígame, ¿cuando come usted le duele más?

¡No, hija!, ¿por qué me va a doler más cuando como? repuso la paciente con cara de asombro.

Una vez eliminado el aparato digestivo como asiento de la misteriosa enfermedad, había que seguir con la inquisición.

¿Y hay algún momento del día en que le duela más?

¡Pues sí!, a la hora del paseo.

“Caliente, caliente”, pensó la doctora para sus adentros.

¿Cuando anda le duele más?

¡Eso mismo, eso mismo! la mujer palmoteaba con entusiasmo como si aquello fuera un juego de adivinanzas.

La doctora estaba a punto de explosión pero aún fue capaz de sujetar su nerviosismo.

¡Señálese el punto exacto donde le duele! ordenó.

Y la mujer se señaló… los talones; le dolía el tendón de Aquiles y a eso en aquel pueblo lo llamaban zancajos.

José Ignacio de Arana


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